El domingo en Santa Cruz se presentó Los hijos de Goni, el primer libro de la escritora alteña de origen aymara Quya Reyna, que reúne nueve crónicas contadas desde una intimidad familiar.
Quya Reyna nació en El Alto. Es egresada de Comunicación Social.
Los hijos de Goni es el primer libro de la autora alteña Quya Reyna, que se presentó hace unos días en la feria Enjambre de Libros que se realizó en Santa Cruz. Publicado por la editorial Sobras Selectas, también de El Alto, el volumen reúne nueve crónicas íntimas desde las cuales Reyna habla de su ciudad para intentar derribar ciertos mitos que se han creado sobre sus habitantes en los últimos 20 años.
En la biografía de la solapa del libro se menciona quiénes son tus padres, algo un poco inusual en este formato ¿Por qué era importante para vos establecer tu origen citando directamente los nombres de tus progenitores?
Cuando el editor me pidió que escribiera una pequeña biografía para el libro no sabía qué poner. O sea, he hecho muchas cosas en mi vida pero no sé cuáles son las más importantes. He ganado pequeños concursos, me preguntaba si ponía eso o también que fui activista. Entonces, yo me decía que lo más relevante, al menos para mí, y de lo que sí estoy segura, es de que soy hija de mis papás, y entonces voy a poner eso: con seguridad sé que soy hija de Filomeno Suñagua y de Adela Copa; y con seguridad sé que soy egresada de Comunicación Social y que soy parte de esos colectivos que menciono. De otras cosas no estuve segura si ponerlas o no, pero me ha parecido importante que haya un poco de certeza en la biografía y la certeza también parte de mi origen.
¿Por qué decidiste hablar de El Alto desde el interior de tu familia y cuánto creés que eso aporta al relato social de esta ciudad?
Cuando empecé a escribir sobre El Alto, en 2019, me di cuenta que siempre lo hacía desde algo muy personal. No era una descripción del paisaje, sino más bien como una ‘socioautobiografía’, como mencionaron en la presentación. Ni siquiera es una crónica, es más como retratarte. No tanto para generalizar y decir “todos los alteños somos así”, sino para mostrar un pedacito de lo que yo entendía de El Alto, que es obviamente mi familia. Y también yo envolviéndome en ese escenario tan complejo que es El Alto ¿Cómo aporta eso a esta narración social? Cuando yo hablaba un poco de El Alto a partir de mi experiencia no era tanto para hacer un aporte, yo no lo había pensado así. Pero lo pienso mejor este año y me doy cuenta, yo decía que si este libro rompe con este mito del alteño inmaculado, del alteño rebelde y el alteño revolucionario para mí sería un gran aporte. Porque cuando conviertes en héroes a las personas las deshumanizas, es como si quisieran morir o generar “revoluciones” por gusto, cuando detrás no se ve lo humano y lo necesario que es que la gente cuestione, se movilice o lo que quiera que haga para ser contestatario al Estado. Lo que quería mostrar en el libro era eso: envidia, miramientos, el hurto, cosas humanas que pueden pasar en cualquier familia. Somos humanos como cualquier persona y vivimos procesos como cualquier persona en un espacio que va creciendo y desarrollándose cada vez más.
Tu libro se inicia con una crónica que menciona la crisis política del 2003 y en otra se menciona la de 2019 ¿Qué marcó cada una de ellas para El Alto?
Creo que en 2003 se inició con ese mito de la revolución y del héroe, que en un inicio creo que todos los alteños hemos jugado con ese discurso, fue como un orgullo local, donde te sentías orgulloso de ser alteño y de ser contestatario al Estado -un Estado ausente, de hecho, en El Alto-. Ya en 2019 se encarnó a un alteño salvaje. Lo interesante en 2003, que yo rescato en un texto que se llama Los hijos de Goni, era que yo lo veía desde una mirada muy inocente. Era una niña, no sabía con qué situación yo me estaba enfrentando. Lo que yo creía, y la máxima referencia que tenía de Goni era eso, que uno son sus hijos y otros no. Y yo lo retrato en ese texto, Goni matando a los alteños que no querían ser sus hijos, una mirada que también puede ser simbólica. A mí por ejemplo esta figura del 2003 me suena mucho porque la infancia la he pasado prácticamente con mi papá y mi papá construye ese pensamiento, ese imaginario de lo que es El Alto. Por primera vez entiendo un poco El Alto y es a partir de lo que papá me enseña de eso. Y el 2019 ya hay un mito de los salvajes, ese mito de “los extraños”, de lo que hablo en ese otro texto ya lo entiendo mejor con mi mamá. Salgo un poco de El Alto, porque, claro, yo en mi antimasismo también cuestionaba mucho al gobierno y al Estado pero creo que mi mamá me hace retornar para no irme tanto hacia ese antimasismo sino más bien cuestionar qué estaba pasando en esos hechos. Mi papá es quien genera un imaginario de lo que es El Alto y mi mamá es quien termina concluyendo ese imaginario o lo termina imaginando más y sitúa a la ciudad de El Alto como una ciudad que ya no es la ciudad heroica sino una ciudad estigmatizada.
En la presentación de tu libro acá en Santa Cruz dijiste que considerabas que en un futuro El Alto y Santa Cruz de la Sierra se disputarán los espacios de poder en Bolivia, ¿Cuáles creés que son las similitudes entre ambas ciudades?
Yo creo que el antagonismo y las disputas entre Santa Cruz y El Alto son inexistentes, es un imaginario que se han creado los regionalismos, la élite cruceña o los discursos también extremistas en El Alto. Yo pienso lo que dije en la presentación del domingo: Santa Cruz es colla, yo veo gente aquí y son mis padres. No hay ese imaginario de esa Santa Cruz blanqueada, por lo menos yo no la vi. Veo una Santa Cruz colla, una ciudad de migrantes. Un Santa Cruz con una dinámica económica similar a la de El Alto. Están los collas migrando, extendiéndose, y yo creo que más bien El Alto debería abrirse a generar redes, o sea los sectores sociales políticos partidarios que quieran generar redes deberían hacerlo en Santa Cruz. Porque sí, El Alto y Santa Cruz se van a disputar los espacios, se van a disputar los discursos y se van a disputar los caudillos en sí. Ya no va a ser La Paz. La Paz es una sede de gobierno que es parte de todo este poder político pero es solamente las instalaciones, la infraestructura. El Alto va a desplazar a La Paz en aspectos políticos, se van a generar líderes a partir de El Alto que van a querer disputar el poder, es evidente. Los qamiris ya están disputándose los espacios económicos; de hecho, están progresando mucho más y muestran eso a partir del desarrollo que está teniendo El Alto con sus casas, sus comercios, sus viajes a China. El Alto y Santa Cruz por su desarrollo van a tener que disputarse los espacios políticos. No me sorprendería que los qamiris en un tiempo eduquen a sus hijos para disputar el poder, ya no para disputarse los espacios económicos. Y yo pienso que esta Santa Cruz colla, morena e india, va a desplazar a la élite cruceña, que es la imagen de esa Santa Cruz blanca que nos venden los medios afuera.
Empezaste a escribir y publicar varias crónicas en 2019 en posts de Facebook ¿Cuándo decidís que podrían publicarse en un libro y cuánto se transformaron hasta la publicación final?
Yo era de las personas que publicaba cualquier cosa en Facebook, a veces pensamientos, a veces reflexiones media ñoñas, de todo, a la gente le gustaba y no le gustaba. En ese proceso, y a quien le puedo agradecer el libro es al escritor Daniel Averanga. Él fue uno de los primeros lectores que me dijo que escribía bien y que debería publicar esos textos de Facebook en un libro. Decido un poco publicar estas nueve crónicas a partir de la pregunta que me hago en la primera que aparece en el libro: “¿Si nosotros no somos los hijos de Goni quiénes lo son ahora?” “En el caso de que haya aún hijos de Goni ¿Quiénes son?”. Y quise que todos los textos giren en torno a esas preguntas. Lo que propongo en el libro es un poco repensarnos en El Alto, pensarnos desde el pasado, por eso varios textos son de cuando yo era niña, adolescente.
¿Cuáles fueron tus referentes literarios y periodísticos al escribir las nueve crónicas?
No tengo referentes literarios, la verdad. Sigo en proceso de explorar la literatura. No me gusta mucho la literatura, me gustan más los textos de investigación social y siempre enfocados en el mestizaje o en el indianismo. Yo escribo por escribir, de hecho, la primera vez que escribí no pensé tipo que alguien me iba a leer. Yo escribía porque sentía que quería publicarlo. Y salió. Lo que yo hice para escribir el libro fue un poco basarme en mi familia, para tener más certezas, le preguntaba si se acordaban de algunas cosas. Nunca busqué partir desde un referente, más bien siempre intenté partir desde algo más personal, y si salía bien, bien, sino, ni modo.