La peligrosidad del Ruiz no está en su lava, sino en los flujos piroclásticos, una mezcla de material incandescente, como ceniza y rocas de diversos tamaños, que se desplaza a altas velocidades.
El humo que emana del cráter de nieve perpetua les recuerda la amenaza de erupción latente. Pero la mayoría de los campesinos a los pies del volcán Nevado del Ruiz, en Colombia, permanecen anclados a sus cultivos y animales pese al llamado urgente de evacuar la zona.
Luis Cañón, un campesino de 50 años, dice tener «miedo», aunque no ve más salida que «resignarse».
«Uno qué va a dejar las cosas botadas, los cultivos, los animales y cuando vuelva ya no hay nada», explica a la AFP con sombrero de paja y poncho variopinto amarrado al cuello.
La amenaza palpita desde finales de marzo, cuando el promedio diario de sismos dentro del volcán pasó de 50 a 12.000.
A partir de entonces, las autoridades aumentaron la alerta de riesgo de erupción de amarilla a naranja y ordenaron evacuar las zonas aledañas al Ruiz, donde unas 57.000 personas están en peligro.
«Los campesinos tienen vacas, caballos, bovinos, caprinos y aves de corral, y eso de alguna manera les impide moverse y hacer la avacuación preventiva (…) por el temor a que se los roben», reconoció el consejero presidencial, Luis Fernando Velasco.
Pero ante las negativas de la mayoría de los lugareños para acatar la orden, el gobierno nacional adoptó «medidas excepcionales para mover cerca de 80.000 animales (…) desde las zonas de alerta», según un boletín.
«El temor es grande» –
Unas pocas casas dispersas interrumpen el paisaje desolado. Alrededor se imponen picos majestuosos que se elevan más de 5.300 metros, de donde brotan ríos y quebradas por doquier.
El fantasma de la erupción del Ruiz en 1985 todavía ronda. En cuestión de horas una población entera fue arrasada por la avalancha que siguió, y 25.000 personas fallecieron bajo el lodo en el peor desastre natural en la historia del país.
Luis Londoño todavía recuerda ese 13 de noviembre «miedosísimo». En la noche un río cercano «rugía» y la gente corría por todas partes «llorando y gritando que eso era el fin del mundo».
Habitante de Herveo, un municipio cercano al volcán, el hombre teme que la tragedia vuelva a repetirse.
«El temor es grande de que el nevado va a explotar, es el comentario de todo el pueblo», sostiene el hombre de 65 años que aún no se decide a evacuar.
-«Estoy tranquila»-
Apodado el «León dormido», el Ruiz atravesó décadas de letargo anteriores a la avalancha de 1985 y hace diez años entró de nuevo en erupción.
De vez en cuando cae «algo de ceniza», comenta Cecilia Gallego, habitante de Herveo, un poblado enmarcado por el pico del volcán. Allí la mayoría ve la evacuación con escepticismo.
En las tardes la bruma empaña el paisaje y la fumarola se camufla tras un blanco espeso.
La peligrosidad del Ruiz no está en su lava, sino en los flujos piroclásticos, una mezcla de material incandescente, como ceniza y rocas de diversos tamaños, que se desplaza a altas velocidades.
Este cóctel ardiente puede derretir el glaciar y empujar avenidas de lodo que devastan todo a su paso.
«Estoy tranquila, porque está el día bonito y no se ve nada raro», añade Gallego, de melena canosa y un crucifijo en el cuello.
-Malas señales-
Pocos transitan las trochas escarpadas que circundan el volcán. Uno que otro campesino pasa con su mula y el rostro enrojecido por el frío de unos 3° C. Algunos militares controlan el paso hacia el turístico parque natural que hoy está cerrado.
El presidente Gustavo Petro pidió acelerar la evacuación de unas 7.500 personas que viven en las zonas más cercanas al Ruiz.
A diario el Servicio Geológico emite boletines sobre la actividad del volcán y aunque los registros son fluctuantes, la alerta se mantiene.
«Nos preocupa que los sismos cada vez se acercan más al cráter y esa, según los vulcanólogos, no es que sea la mejor de las señales», advirtió el consejero Velasco.
El Ruiz dio la vuelta al mundo con la imagen de Omaira Sánchez, una niña de 13 años que tras la avalancha que sepultó la ciudad de Armero quedó con el lodo al cuello y las piernas atrapadas en los escombros de su casa.
César Ortegón se salvó en 1985 y no va a tentar la suerte dos veces.
«Eso fue haber vuelto a nacer», recuerda el lugareño que hoy vive del turismo alrededor de las aguas termales que emanan del nevado.
Y aunque sabe que «todos no se van a ir», él sí, anuncia antes cerrar con llave la puerta de su lugar de trabajo y salir en su camión.